Entre el año 2000 –fecha de la realización de un reportaje para televisión– y el año 2005 –cuando se estrenó Quién mató a Walter Benjamin...–, estuve abocado a la investigación, la escritura, el rodaje y la edición del film. Viajé mucho. Largas y sucesivas estancias en Portbou, una residencia artística de nueve meses en Colonia, visitas a Berlín, París, Madrid, Jerusalén, Frankfurt y más. Siempre me acompañaba mi cámara, una Nikon analógica, con sus carretes blanco y negro, Ilford HP5, que compraba en bobinas de 30 metros. 
La cámara, la libreta, el bolígrafo y la grabadora, eran, en esos años, mi constante compañía. 
Muchas de las escenas que incluiría luego en el film, sus encuadres, fueron antes fotografías. Posiblemente, no sepa pensar de otra manera. He de mirar a través del algún visor para poder escribir. 
La decisión de incluir una secuencia fotográfica en el film, asociada a una voz en off autoral, vino mucho después. Pero ya se estaba fraguando, y nada nace del vacío. En febrero de 2003, escribía: «Las fotos como tales, sorpresas, algunos aciertos. Empezar a digitalizar. Una serie que bajo la excusa del seguimiento de la investigación sea en realidad el retrato de una época, de mi época». Meses después, volvería sobre este mismo asunto: «una secuencia con voz en off podrían ser fotografías mías, autorales, de Portbou». 
Desde el estreno de este film, todos mis trabajos posteriores incluirían, de una u otra manera, mi propia fotografía en la misma obra. Una manera de articular un círculo: fotografía, escritura, cine.

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